sábado, 11 de octubre de 2014

Andalucía - Antonio Hernández - España


   Estamos en época de premios literarios. El poeta gaditano Antonio Hernández, poseedor de una dilatada andadura poética (su primer libro, El mar es una tarde con campanas, es de 1965), y perteneciente a la llamada "Generación del 60 o del Lenguaje", junto con Diego Jesús Jiménez, Félix Grande o Manolo Ríos Ruiz, acaba de ser galardonado con el Premio Nacional de Poesía 2014 por Nueva York después de muerto, tras haber recibido en 2013 el Nacional de la Crítica de Poesía. Enhorabuena.
    Hay más poemas de Hernández en este blog.


Me quedé en ella porque era hermosa
y necesitaba su alegría. Nunca
se puede ocultar al corazón
lo que han visto los ojos. Nunca
la alegría al canto. Repetidamente
fui viviendo en sus cosas y aprendí
por los ríos, el amor; por un pájaro
el desvelo de la paz; por las nubes ligeras,
la forma de evitarme algún recuerdo.

Todo estaba limpio por sus tierras
Hasta los pobres, en vez de dolor,
de una seguridad insuficiente hablaban.
Hasta los jornaleros, en vez de justicia,
resignación decían. Era un modo
de ahuyentar la tristeza. Se conformaban
con lo que les venía desde arriba,
y con un cante que nació en las raíces
de su pena, y fue extendiéndose a las ramas
del mundo, como al amanecer la luz.

Cada día iba aprendiendo más: que el vivir
no es un ave que pasa, sino un pozo
que queda allí para el que necesite beber,
que el llevar una tierra clavada en las entrañas
vale más que haber pisado un continente entero,
que el morir por los brazos de una madre
es la gran solución para santificarse.

Andalucía era limpia, y por eso
al renacer en ella, al darme cuenta
que no solo de fiestas se trataba
defendí su ilusión de más de mil dolores,
apoyé a la alegría cuando enmascaraba la tristeza,
robé a todo lo hermoso cuanto pudo mi amor.

No. No era un vino o una guitarra la escena.
Era lo que quedaba dentro de cada uno oculto,
la alegría, quizá, que le costaba sangre
a aquellas tierras de secano cuando
un campesino alzaba como un dios
su ronquido total, su enorme queja,
su desesperación vestida de fulgores.
De El mar es una tarde con campanas

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