A -Distraídos en razonar la inmortalidad, habíamos dejado que anocheciera sin encender la lámpara. No nos veíamos las caras. Con una indiferencia y una dulzura más convincentes que el fervor, la voz de Macedonio Fernández repetía que el alma es inmortal. Me aseguraba que la muerte del cuerpo es del todo insignificante y que morirse tiene que ser el hecho más nulo que puede sucederle a un hombre. Yo jugaba con la navaja de Macedonio; la abría y la cerraba. Un acordeón vecino despachaba infinitamente la Cumparsita, esa pamplina consternada que les gusta a muchas personas, porque les mintieron que es vieja... Yo le propuse a Macedonio que nos suicidáramos, para discutir sin estorbo.
Z (burlón) -Pero sospecho que al final no se resolvieron
A (ya en plena mística) -Francamente no recuerdo si esa noche nos suicidamos.
Haciendo honor a la declaración de principios de : menos es más. ¡Genial!
ResponderEliminarCasi siempre menos es más.
ResponderEliminarBorges escribía, fatigaba fue el término, unas 10 páginas diarias para al final extraer una más o menos válida. Eso dijo una vez en una conferencia. Su obra toda es una condensación, según sus propias palabras que luego adjudicaba a otros.
ResponderEliminarDe casi cualquier escritor, si uno se esfuerza, se puede mejorar alguna línea. Con Borges es imposible.
ResponderEliminarAsiento.
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