aislado y ensayando en el Puente de Williamsburg;
ese sonido puro de conductor abstemio
me recuerda que es fácil parecer uno más
y difícil ser libre.
La luna roza y ama el saxo alto
del tipo que parece trabajar en pompas fúnebres
y toca a la intemperie dibujando en el aire
ebrio de claridad.
Duerme la ciudad toda
al ritmo noble y límpido de un músico romántico
que se queda a vivir
en esa abuhardillada azotea de la canción.
Y así el íntimo impacto de sus revelaciones
resulta convincente, lento y suculento
como verte desnuda
a escondidas.
La eternidad artística
esta vez la vislumbra un honesto explorador
que se separa de la gloria efímera
y practica en el puente.
El equilibrio
es ese estado de ánimo del viejo saxofón
al asomarse al puente. El otro. El puente.
El ámbito sonoro
reservado a entendidos pero muy envidiado.
Siempre un espectador
sinuosamente avanza a gatas por la música
lo mismo que un borracho que busca la salida.
Llega hasta Sonny Rollins.
Se levanta. Le hace
al concluir St. Thomas
la única pregunta pertinente:
¿eres tú el elegido
o tenemos que esperar a otro?
Parece ser, Miles Davis dixit, que se aisló en el puente para cambiar de estilo, a raíz de la impresión que le produco ver a Coltrane.
ResponderEliminarBendito aislamiento, por cierto.
ResponderEliminarY bendito fue entonces el fruto del saxo de Saint John Coltrane.
ResponderEliminarPues, miren, seguramente es verdad.
ResponderEliminarLo acabo de leer esta misma mañana en la autobiografía de Miles Davis.
ResponderEliminarMe gusta eso de Artigue de referir a Sonny Rollins como poeta y explorador. Motes que le hacen idéntica justicia al eximio protagonista del off-beat persistente de hoy.
ResponderEliminarLas casualidades las pintan calvas, o ¿cómo era aquello?
ResponderEliminarUna de esas maravillas que suenan por el mundo. Magníficamente acompañado por Luis Artigue.
ResponderEliminarSonny Rollins es uno de mis saxofonistas favoritos.
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