Europa no era tanto un continente como una red ferroviaria que él trataba como si fuera un gran metro que lo trasladaba de una parte a otra de la ciudad, de un club a otro. Viajaba con trajes que a los pocos días estaban arrugados como pijamas; de igual modo, las corbatas que comenzaban ceñidas al cuello de la camisa terminaban colgando como una serpentina de una fiesta navideña. [...]
Sí, nunca fue más feliz que cuando viajaba por Europa en tren, observando cómo el campo se transformaba en ciudad y viceversa, a los viajeros subiendo y bajando en las estaciones, los portazos y aquellos primeros instantes de movimiento apenas perceptible cuando el tren volvía a arrancar, el chasquido de las pesadas ruedas y los raíles al rozarse, todo aquel peso muerto en movimiento, venciendo a la inercia. En un tren le daba igual lo que pasara, incluso cuando atisbaba el caos garabateado de su diario y descubría, por lo que alcanzaba a interpretar, que estaba llegando dos horas tarde a su actuación de Nápoles, todavía a más de seiscientos kilómetros. [...]
Cargaba su soledad a cuestas como el estuche de un instrumento. Nunca le abandonaba. Después de los bolos, después de hablar con los fans y quizá algunos amigos que estaban de paso, después de entrar en un bar y quedarse el último, después de volver dando tumbos a su habitación, después de buscar las llaves y oírlas arañar la cerradura silenciosa, después de abrir la puerta de un piso que estaba siempre exactamente igual que lo había dejado, después de tirar el estuche del saxo al sofá... después de todo eso, por tarde que fuera, siempre llegaba el momento en que le apetecía continuar hablando, escuchar el tintineo y el burbujeo de alguien preparando un café o una copa. Tras regresar al piso, abría una botella, pegaba algunos tragos y se sentaba en camiseta y calzoncillos a tocar el saxo lo más flojo posible. Mientras vivía en Amsterdam solía telefonear a los amigos de Estados Unidos a cualquier hora de la noche, pero ahora sólo tenía el saxofón y con él intentaba hablar con Duke o Bean o cualquier otro, alternando durante más de una hora la botella y el instrumento. [...]
El sentimiento de sus baladas nacía de la nostalgia, siempre rememoraba la época de las jams en Kansas City, cuando tocaban toda la noche, superándose unos a otros, rodeados de aplausos y amigos. La época en que una muchedumbre aplaudía al final de un solo y él se despedía con la mano derecha, dando las gracias al público como si un viejo amigo acabara de entrar en el local con el estuche del saxo al hombro, dispuesto a participar. [...]
-Si te gusta el jazz tiene que gustarte Ben. Podría gustarte el jazz y no gustarte Ornette, incluso podría no gustarte Duke, pero es imposible que te guste el jazz y no te guste Ben.
Cargaba con la soledad a cuestas, pero también llevaba consigo su sonido, a modo de consuelo. El saxo era su hogar, el saxo y los sombreros, que más que ponerse, habitaba, los porkpies y los trilbies echados tan atrás que se le pegaban como casquetes. Despertarse por la mañana y alegrarse porque el indestructible sombrero seguía en su cabeza... era lo más parecido que conocía a esa cálida sensación de haber pasado fuera mucho tiempo y darte cuenta de pronto de que estás de nuevo en tu cama. Sombrero y saxo: la tradición, el hogar que nunca tendría que dejar. [...]
Traducción de Cruz Rodríguez Juiz
¡Me suena!
ResponderEliminarDe hecho, tenía y tengo previsto este mismo texto. No es óbice.
ResponderEliminarPues lo siento, te lo he pisado, pero no haberme prestado el libro, que yo lo fusilo todo.
ResponderEliminarMagnífico libro, por cierto, porque habla de jazz pero no sólo es jazz, es pura literatura. Muy recomendable. Gracias por el préstamo.
Big Post. Big Ben. Big Documental.
ResponderEliminarCargaba su soledad a cuestas como su saxo. Puro espíritu de balada. Podría no gustarte el jazz, pero sería imposible que no te guste Ben Webster. Y perdón por la argentinada, pero qué cagada que no sé francés.
Si me lo has puesto fácil, pegar-copiar y que escriban otros.
ResponderEliminarPues fíjate, Carlos, que aún no he visto el documental completo... Pero lo veré cuando tenga un rato tranquilo.
ResponderEliminarYa te vale, Gato. Ná, no importa, es un placer.
Increíbles conmovedoras imágenes de Big Ben filmando a un gato, yendo y viniendo con su estuche lleno soledad, de una fábrica de saxofones, de sus bellas inmortales baladas...
ResponderEliminarPor favor cuando lo veas dame tu opinión. Seguro captaré algo mas.
ResponderEliminarDuke Elljngton escribió "In a Melow Tone" para su saxo. Es increíble que un tipo tan sensible para la música, fuese violento y maltratase a Billie Holiday durante su relación sentimental.
ResponderEliminarSí, eso no tiene un pase. También era alcohólico.
ResponderEliminarMaravilloso, maravilloso y maravilloso, Ben Webster.
ResponderEliminarLos fragmentos del libro de Geoff Dyer son muy buenos, a seguir escribiéndolos y c...dolos.
ResponderEliminarCierto, no tiene un pase, desde luego, pero también es cierto que a Billie Holiday le gustaban un determinado perfil de hombres, que coincidía con el de tipos violentos. Lo que no justifica a esos energúmenos. La calidad artística no es proporcional a la calidad humana, eso está más que demostrado.
ResponderEliminarNo tiene por qué ser necesariamente proporcional (que estaba mal explicado), porque a veces sí lo es.
ResponderEliminarPues ya está todo dicho, así que sólo añadiré que Ben Webster es uno de mis saxofonistas preferidos, junto a Lester Young y Ornette Coleman, y por encima (y esto sonará a herejía en algunos oídos) de Charlie Parker y John Coltrane.
ResponderEliminarOrnette Coleman me lo cambien por Coleman Hawkins, por favor, que me he confunciao.
ResponderEliminarTambién me gusta Ornette Coleman, por supuesto. Y Charlie Parker. Y John Coltrane. Y...
No intentes arreglarlo ahora...
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