VOLUMEN I
CAPÍTULO PRIMERO
Yo hubiera deseado que mi padre o mi madre, o mejor, ambos -ya que los dos fueron igualmente responsables- hubiesen tomado conciencia de lo que se proponían cuando me concibieron, teniendo en cuenta mi estrecha vinculación con lo que hacían; que hubiesen sido conscientes de que al fin y al cabo no sólo estaba en juego la producción de un ser racional, sino también la feliz formación y temple de su cuerpo, de su genio tal vez, y el molde de su mente. Y de que, de haber procedido de otro modo, incluso la suerte de toda mi casa hubiera tomado derroteros distintos a los impuestos por los humores1 y aptitudes que después predominaron en ella. Si hubiesen sopesado y reflexionado sobre esto y procedido consecuentemente, estoy por demás convencido de que yo habría aparecido ante el mundo con una imagen bastante distinta de la que el lector probablemente se forjará de mí. Creedme, buenas gentes, no se trata de algo tan desdeñable como muchos se imaginan. Me atrevería a afirmar que todos ustedes han oído hablar a este propósito de espíritus animales2 hereditarios; de cómo van tranmitiéndose de padres a hijos y así sucesivamente y de otras cosas por el estilo. Pues bien: puedo asegurarles que las nueve décimas partes del absurdo o de la lucidez de un hombre, de su éxito o de su fracaso en este mundo, dependen de la actividad o movilidad de esos principios, de las diversas regiones corporales y órganos a los que alcanzan, de suerte que una vez puestos en movimiento, de forma correcta o equivocada, ya se trata de algo irremediable. En lugar de andar como locos, dando pasos atropellados y sin sentido, si logran marchar una y otra vez con tino sobre sus propios pasos hasta abrir un camino tan suave como la senda de un jardín y se acostumbran a hacerlo siempre así, ni el mismísimo demonio sería capaz de apartarles de esa senda.
-Por favor, querido -diría mi madre- ¿Has olvidado dar cuerda al reloj? -¡Por Dios! -dijo mi padre profiriendo una exclamación, aunque cuidando al mismo tiempo de bajar la voz- ¿Es que desde que existe el mundo puede haber mujer alguna que interrumpa a un hombre con tan estúpida pregunta? Pero, por favor, me preguntarán, ¿qué es lo que estaba diciendo su padre?
-Nada, no decía nada.
CAPÍTULO SEGUNDO
En definitiva, no veo en la pregunta en cuestión, nada bueno ni malo. Así que le diré, señor mío, que se trataba, en el mejor de los casos, de una pregunta inoportuna, ya que dispersaba y extraviaba los "espíritus animales" cuya actuación precisaba ir de la mano con el HOMUNCULUS3 hasta conducirlo felizmente al lugar destinado a su recepción.
Señor mío, el HOMUNCULUS, por ridícula y leve que sea su apariencia para el ojo del tonto o del ignorante en esta época de liviandad, no lo es en absoluto a los ojos de la razón, de la investigación científica. Es como un SER protegido con sus propios derechos. Los más finos y sutiles filósofos, que -de paso- poseen los más amplios saberes (por ser sus almas inversamente proporcionales a su capacidad de indagación) nos han enseñado sin lugar a dudas que el HOMUNCULUS lo crea la misma mano, lo engendra el mismo proceso natural, dotándolo con las mismas fuerzas locomotrices y las mismas facultades que nos crea a nosotros mismos. Consta, igual que nosotros, de piel, cabello, grasa, carne, venas, arterias, ligamentos, nervios, cartílagos, huesos, médula, cerebro, glándulas, genitales, humores y articulaciones. Se trata de un ser de tanta actividad -en el amplio sentido de la palabra-, de un congénere nuestro tanto como lo pueda ser el Lord Canciller de Inglaterra. Puede progresar, puede lastimarse, puede hallar remedio. En una palabra: está dotado de todos aquellos derechos y deberes de la humanidad que los mejores autores morales -tales como Cicerón o Puffendorff4- destacan como propios y privativos de ella.
Pero, díganme, ¿qué pasaría si le sobreviniera cualquier accidente en su camino, o si por miedo a ello -cosa natural en tan joven viajero- nuestro caballerete termina su itinerario tremendamente abatido? Pues que su fuerza muscular, su virilidad, se harían endebles; sus espíritus animales se arrugarían indescriptiblemente, y, en tan quebrantado y triste estado de nervios, caería víctima de repentinos sobresaltos o de una serie de melancólicos sueños y fantasías por espacio de nueve largos meses. Tiemblo al imaginar qué cimientos se echarían en esas condiciones y las mil debilidades de cuerpo y de espíritu que se edificarían sobre ellos. Ningún filósofo o médico sería capaz jamás de enderezarlas satisfactoriamente.
1 Se refiere a la teoría medieval de los "humores", líquidos vitales del cuerpo que correspondían a los cuatro elementos. Según predominaran unos u otros, así se determinaba el carácter de una persona. Señor mío, el HOMUNCULUS, por ridícula y leve que sea su apariencia para el ojo del tonto o del ignorante en esta época de liviandad, no lo es en absoluto a los ojos de la razón, de la investigación científica. Es como un SER protegido con sus propios derechos. Los más finos y sutiles filósofos, que -de paso- poseen los más amplios saberes (por ser sus almas inversamente proporcionales a su capacidad de indagación) nos han enseñado sin lugar a dudas que el HOMUNCULUS lo crea la misma mano, lo engendra el mismo proceso natural, dotándolo con las mismas fuerzas locomotrices y las mismas facultades que nos crea a nosotros mismos. Consta, igual que nosotros, de piel, cabello, grasa, carne, venas, arterias, ligamentos, nervios, cartílagos, huesos, médula, cerebro, glándulas, genitales, humores y articulaciones. Se trata de un ser de tanta actividad -en el amplio sentido de la palabra-, de un congénere nuestro tanto como lo pueda ser el Lord Canciller de Inglaterra. Puede progresar, puede lastimarse, puede hallar remedio. En una palabra: está dotado de todos aquellos derechos y deberes de la humanidad que los mejores autores morales -tales como Cicerón o Puffendorff4- destacan como propios y privativos de ella.
Pero, díganme, ¿qué pasaría si le sobreviniera cualquier accidente en su camino, o si por miedo a ello -cosa natural en tan joven viajero- nuestro caballerete termina su itinerario tremendamente abatido? Pues que su fuerza muscular, su virilidad, se harían endebles; sus espíritus animales se arrugarían indescriptiblemente, y, en tan quebrantado y triste estado de nervios, caería víctima de repentinos sobresaltos o de una serie de melancólicos sueños y fantasías por espacio de nueve largos meses. Tiemblo al imaginar qué cimientos se echarían en esas condiciones y las mil debilidades de cuerpo y de espíritu que se edificarían sobre ellos. Ningún filósofo o médico sería capaz jamás de enderezarlas satisfactoriamente.
CAPÍTULO QUINTO
El 5 de noviembre de 1718, fecha que para el caso era tan cercana, a los nueve meses naturales, como mi padre podía razonablemente esperar, aparecí yo, el caballero Tristam Shandy, en este ruin y desastroso mundo. Yo hubiera preferido nacer en la Luna o en cualquiera de los planetas (salvo Júpiter o Saturno cuyo clima no resultaría soportable), pues no podría haberme ido peor en ellos (no me pronunciaré acerca de Venus) que en este vil y cochino planeta que, en mi sentir -sea dicho con el mayor respeto-, me parece hecho de los desperdicios y retazos de todos los demás. No porque el planeta en sí no resulte bien, siempre, claro, que uno nazca con un buen título o en una buena casa o sea llamado a desempeñar un buen cargo público, empleo, dignidad o potestad. Como éste no es mi caso y cada cual habla de la feria tal como le fue en ella, insisto en que resulta uno de los más miserables mundos que se haya jamás construido. Y digo esto porque puedo afirmar con todo convencimiento que desde la primera hora en que alenté en él hasta el presente, en que apenas puedo hacerlo gracias al asma que contraje con el viento de Flandes, no he sido más que un juguete de lo que el mundo llama la Fortuna. Y aunque no voy a ganar nada con agraviar de palabra a esta diosa, lo cierto es que en todo lugar me ha hecho sentir el peso de todo mal grande o señalado. Aun con el mejor humor del mundo, no puedo sino decir de ella que en cada etapa de mi vida, en cada vuelta y revuelta de su camino, cuando pudo mostrarse amable conmigo, esta antipática diosa no ha hecho más que abrumarme con la más copiosa granizada de lastimosas desventuras y de infaustos accidentes que jamás héroe alguno haya podido soportar.
VOLUMEN III
CAPÍTULO TRIGÉSIMO QUINTO
No se puede decir que la colección de libros de mi padre fuese muy grande. En compensación resultaba bastante curiosa y, eso sí, le llevó mucho tiempo reunirla. Ciertamente tuvo la inmensa suerte de inaugurarla con el prólogo de Bruscambille5 sobre las narices largas que consiguió casi regalado, ya que sólo le costó tres medias coronas y eso, seguramente, porque el librero de viejo se dio cuenta del evidente interés y avidez de mi padre por el libro. No hay más que tres Bruscambilles en todo el mundo, aseguró el librero, fuera de los que los coleccionistas guardan bajo siete llaves. Mi padre soltó el dinero con la rapidez del relámpago, cogió su Bruscambille, lo apretó contra su pecho y salió disparado de Picadilly a Coleman Street, como quien huye con un tesoro, sin soltarlo de la mano en todo el camino.
Para que aquellos que no estén familiarizados con el género cultivado por Bruscambille ni sepan cómo debe escribirse un prólogo sobre narices puedan hacerse una idea de lo mucho que le complació la adquisición, baste decirles que disfrutó tanto con él en su casa leyéndolo como, sin duda, disfrutaron vuestras mercedes con su primera amante. Es decir, de la mañana a la noche. Cosa que, en mi opinión, por muy deliciosa que pueda resultar la experiencia para el enamorado, proporciona poco o ningún entretenimiento a los observadores. Adviertan que no quiero insistir más en la comparación, aunque sí diré que mi padre comía más con la vista que con el estómago. Su ilusión sobrepasaba a su conocimiento. Y cuando se le pasó ese primer entusiasmo, sus inclinaciones se dividieron. Consiguió obras de Prignitz y compró libros de Scroderus, Andrea Paraeus, "Las Conferencias Nocturnas" de Bouchet y, sobre todo, la obra del gran erudito Hafen Slawkenbergius6, de quien hay tanto que decir que no voy a decir nada ahora.
Traducción y notas de José Antonio López de Letona
2 En el siglo XVIII, se suponía que estos "espíritus animales" se encontraban en la sangre y actuaban sobre el cerebro y el sistema nervioso. Se creía que a través de ellos el alma influía en el cuerpo.
3 "Hombrecillo". Se pensaba que el espermatozoide era como una persona en miniatura.
4 Samuel Puffendorff (1632-1694) fue un jurista alemán.
5 Bajo el nombre de Bruscambille presentó Deslauriers sus Fantasies o Pensées facetieuses, publicados en 1612. Entre los muchos temas que toca, está el de las narices cortas y largas.
6 Prignitz y Scroderus son invenciones de Sterne, del mismo modo que Hafen Slawkenbergius, "montón de desperdicios". Andrea Paraeus es Ambroise Paréc (1517-1590), cirujano francés llamado "el padre de la cirugía moderna", que trató a los reyes de su época. Guillaume Bouchet, magistrado de Poitiers, publicó en 1584 sus Serées (Conferencias Nocturnas).
Parece interesante.
ResponderEliminarHabrá que sacar tiempo, aunque ahora mismo no doy a basto con la lectura.
ResponderEliminarConcuerdo. "...Cada cual habla de la feria tal como le fue en ella..."
ResponderEliminarQuizá no he elegido muy bien los fragmentos, pero os aseguro que es un libro divertidísimo y muy curioso, incluso tipográficamente. Adelantado a su época, Hay que leerlo. Siglo XVIII, humor inglés, tipo Jonathan Swift y similares.
ResponderEliminarDe ironia fina eh?
ResponderEliminarY eso que era irlandés.
ResponderEliminarEs mí género preferido. Habrá que leerlo, que estará en la biblioteca pública, espero. Porque pillarlo por Internet ¿será posible?.
ResponderEliminarYo diría que sí. Aquí, por ejemplo:
ResponderEliminarhttp://www.alfaguara.com/es/libro/tristram-shandy-1/
O aquí:
http://www.casadellibro.com/libro-vida-y-opiniones-del-caballero-tristram-shandy/9788437605036/117326
En "epub" gratis no lo he encontrado, al menos en castellano.
La edición que yo tengo en casa es la que aparece en el segundo enlace, aunque la Javier Marías (primer enlace) seguro que está muy bien, es un experto en literatura anglosajona.
Pero para leerlo no, ¿no? A la "bliliopub" habrá que ir. Gracias (muchas).
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