jueves, 3 de enero de 2013

Fragmento de Soledades - Luis de Góngora - España


Era del año la estación florida
en que el mentido robador de Europa,
media luna las armas de su frente,
y el Sol todo los rayos de su pelo,
luciente honor del cielo,
en campos de zafiro pace estrellas,
cuando el que ministrar podía la copa
a Júpiter mejor que el garzón de Ida,
náufrago y desdeñado sobre ausente,
lagrimosas de amor dulces querellas
da al mar; que condolido,
fue a las ondas, fue al viento
el mísero gemido,
segundo de Arión dulce instrumento.
Del siempre en la montaña opuesto pino
al enemigo Noto,
piadoso miembro roto,
breve tabla, delfín no fue pequeño
al inconsiderado peregrino
que a una Libia de ondas su camino
fió, y su vida a un leño.
Del Océano, pues, antes sorbido,
y luego vomitado
no lejos de un escollo coronado
de secos juncos, de calientes plumas,
alga todo y espumas,
halló hospitalidad donde halló nido
de Júpiter el ave.
Besa la arena, y de la rota nave
aquella parte poca
que lo expuso en la playa dio a la roca,
que aun se dejan las peñas
lisonjear de agradecidas señas.
Desnudo el joven, cuanto ya el vestido
Océano ha bebido,
restituir le hace a las arenas,
y al sol lo extiende luego,
que, lamiéndolo apenas
su dulce lengua de templado fuego,
lento lo embiste, y con suave estilo
la menor onda chupa al menor hilo.
No bien, pues, de su luz los horizontes
que hacían desigual, confusamente,
montes de agua y piélagos de montes,
desdorados los siente,
cuando, entregado el mísero extranjero
en lo que ya del mar redimió fiero,
entre espinas crepúsculos pisando,
riscos que aun igualara mal, volando,
veloz, intrépida ala,
menos cansado que confuso, escala.
Vencida al fin la cumbre,
del mar siempre sonante,
de la muda campaña
árbitro igual e inexpugnable muro,
con pie ya más seguro
declina al vacilante
breve esplendor de mal distinta lumbre;
farol de una cabaña
que sobre el ferro está, en aquel incierto
golfo de sombras, anunciando el puerto. [...]
Luis de Góngora

Era aquella florida estación del año en que el Sol entra en el signo de Tauro (signo del Zodíaco que recuerda la engañosa transformación de Júpiter en toro para raptar a Europa). Entra el Sol en Tauro por el mes de abril, y entonces el toro celeste (armada su frente por la media luna de los cuernos, luciente e iluminado por la luz del Sol, traspasado de tal manera por el Sol que se confunden los rayos del astro y el pelo del animal) parece que pace estrellas en los campos azul zafiro del cielo.
Pues en este tiempo, un mancebo, que por su belleza pudiera mejor que el garzón Ganimedes ser el copero de Júpiter, náufrago en medio del mar, y, a más de esto, ausente de la que ama y desdeñado por ella, da dulces y lagrimosas querellas al mar, de tal suerte que, condolido el Océano, sirvió el mísero gemido del joven para aplacar el viento y las ondas, casi como si el doloroso canto del mancebo hubiera repetido el prodigio de la dulce lira de Arión. (Navegando de Italia a Corinto quisieron los marineros, por apoderarse de las riquezas del músico Arión, arrojar a éste al agua. Solicitó Arión cantar antes de morir, y, habiéndosele concedido, a la música de su lira acudieron los delfines. Visto que no podía obtener gracia de los que le querían matar, se arrojó al agua; pero un delfín lo tomó sobre su lomo y condujo a tierra. Del mismo modo la lastimosa canción de nuestro náufrago hizo que el mar se condoliera de él y le salvó la vida).
Una piadosa tabla de pino (árbol opuesto siempre en la montaña al viento Noto, su enemigo),  una rota y pequeña tabla de la naufragada embarcación, sirvió como de "delfín" suficiente a nuestro peregrino, fue suficiente para salvar la vida del mancebo, tan inconsiderado, que se había atrevido a confiar su camino a un desierto de olas, al mar, y su vida a un leño, a una nave.
Y habiendo sido primero tragado por el mar, y luego devuelto por el oleaje a la costa, fue a salir a la orilla, no lejos de donde se levanta un escollo, coronado de nidos de águila, hechos de juncos secos y de abrigadas plumas. Y así nuestro naúfrago, que salía de la mar cubierto de espumas y de algas, halló hospitalidad entre las mismas altas rocas en que anidan las águilas, aves dedicadas a Júpiter.
Besa el joven la arena y ofrece a la roca, como un exvoto, aquel pequeño tablón de la destrozada nave, que le había llevado hasta la playa: porque aun las mismas peñas son sensibles a las muestras de agradecimiento. Después se desnuda y retuerce sus ropas de modo que todo el "océano" que habían bebido -toda el agua de que estaban empapadas-, bien exprimida, salga del tejido y caiga a la arena. Y por fin las extiende a secar al sol, el cual las va lamiendo ligeramente con su dulce lengua de templado fuego, y del tal modo con su suave calor las acomete parte por parte y enjuga, que llega hasta evaporar y hacer desaparecer delicadamente la menor gota de agua de la menor partícula, de la más diminuta hebrilla del vestido.
No bien siente nuestro desgraciado extranjero que la dorada luz desaparece del horizonte (de tal suerte que ya el crepúsculo finge a la vista, allá en la lejanía, sólo una desigual confusión de espacios de agua que parecen montes y de montes que semejan mares), cuando, reintegrado en aquellas prendas que había redimido de la furia del mar -puestos otra vez sus vestidos-, escala, caminando entre abrojos a la dudosa luz crepuscular (y no con tanto cansancio como asombro), unos riscos, tan elevados, que con dificultad los coronaría en su vuelo el ave más veloz y atrevida.
Vencida por fin la cumbre, que sirve de exacta separación y muralla inexpugnable entre el mar siempre rumoroso y el silencioso campo, con paso ya más seguro camina nuestro joven hacia el pequeño y vacilante resplandor de una luz, apenas visible a causa de la lejanía, probablemente farol de una cabaña, que, anclada como un navío, está mostrando el puerto en medio de aquel incierto golfo de sombras. [...]

Versión en prosa de Dámaso Alonso

Estudiosos de la poesía española sostienen que Soledades habría sido el mejor poema jamás escrito si Góngora lo hubiese terminado. No lo hizo. El proyecto debía constar de cuatro poemas, cuatro silvas, de las que D. Luis sólo completó la primera y no llegó a acabar la segunda.
Una silva es una sucesión de versos endecasílabos y heptasílabos combinados a gusto del poeta, así que no hay estrofas. La soledad primera consta de 1.091 versos, más otros 37 que conforman la dedicatoria al duque de Béjar. Aquí presentamos un pequeño fragmento de esa primera silva.
El culteranismo a ultranza de Góngora, llevado al límite en esta composición, hace muy difícil la comprensión del poema, de modo que no viene mal la interpretación en prosa del erudito y buen poeta Dámaso Alonso, siempre que no se olvide la extraordinaria musicalidad original.

8 comentarios:

  1. No viene mal la ayudita de Dámaso Alonso, mucho mejor que la de un astrólogo:)

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  2. Según Robert Jammes, es en Soledades donde Góngora vertió lo más íntimo de su sensibilidad. Los documentos encontrados a finales del siglo XIX, nos permiten saber acerca de su crisis vital, que está en la génesis del viraje decisivo de su biografía. El mejor poeta de España habría sustentado hasta entonces su bienestar económico en las rentas eclesiásticas que le había dejado su tío Francisco. Asumiendo el papel de cabeza de familia, Góngora cede parte de sus rentas a sus dos sobrinos, y en menor medida a sus sobrinas. Alrededor de 1610, la disminución de sus ingresos hace que solicite protecciones para conseguir nuevas rentas eclesiásticas, como una chantría, que intentará en vano conseguir en años sucesivos. Fue en el año de 1607, cuando fue invitado por los marqueses de Ayamonte a Lepe, en Huelva. Allí encontró el poeta un verde paraíso, donde manaban las fuentes por doquier y prosperaban, a su juicio, las antiguas virtudes de la Edad de Oro. Escribió el soneto A los campos de Lepe, a las arenas. El ideal que reflejan las Soledades, bien podría ser las inquietudes que movían en ese momento a su autor: el elogio de la vida rústica como menosprecio de la Corte.

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  3. Las Soledades consagran la entrada triunfal en la vida rústica de la poesía sublime. La principal objeción que hicieron los comentaristas y los poetas de su tiempo fue que no respondía a ningún género establecido. El profesor Antonio Cruz Casado ha apuntado que, a pesar de los pasajes muy líricos, la obra sigue una línea narrativa que se puede percibir fácilmente; lo más característico lo evidencia la propia trama: peregrinación de un desdichado de amor, que en el tiempo evoluciona en sus pesares, además de otros como el comienzo in media res y el carácter del protagonista. Apunta que aunque esa mezcla de elementos sea extraña a su tiempo, "dota a las Soledades de sorprendente modernidad, convirtiendo al poema en una creación distinta, difícilmente clasificable". Por su parte, Mercedes Blanco como hemos anunciado en el capítulo de Polifemo, pone como referencia para Góngora para estas obras mayores el poema heroico, y por tanto, la épica, de Torcuato Tasso, que ya comentaristas como el Abad de Rute, Francisco Fernández de Córdoba apuntaron para justificar la presencia de lo sublime en una obra de apariencia bucólica. Por último, diremos que el profesor Joaquín Roses añade a los anteriores la presencia del género dramático basándose en el disfraz que muestran los personajes y la extensa tradición teatral del "noble disfrazado", además de las relaciones del texto con la égloga y el diálogo presente. Con ello, Góngora introduce cambios en el canon genérico de la poesía como hiciera Lope de Vega en el teatro, respondiendo ambos a los ataques de los preceptistas con frases fuera de tono, como "Honra me ha causado hacerme oscuro a los ignorantes", y "porque, como las paga el vulgo, es justo; hablarle en necio para darle gusto", respectivamente.


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  4. Paisaje de Santa María de Trassiera. Córdoba.


    La primera redacción se fue modificando durante los meses siguientes (la redacción inicial fue de 779 versos de la Primera Soledad). Se llama Soledad, del latín solitudo, que evoca falta de compañía, sentimiento de abandono o lugar despoblado o desierto. Soledad y desierto parecen sinónimos. La soledad, así llamada, porque evoca las soledades pastorales de la selva, cuyos huéspedes son pastores salvajes que viven fuera de la aldea. Las Soledades están dirigidas al Duque de Béjar, don Alonso Diego López de Zúñiga y Sotomayor, grande de España, a quien, por su parte, Cervantes había dedicado la primera parte del Quijote. La cima del ideal poético gongorino se alcanza en las Soledades. El desengaño sufrido en la Corte en 1609 hizo a don Luis pensar en su tierra maldiciendo a los señores de Madrid y viviendo su vida en soledad. Según Emilio Orozco este hecho vital determina que su manierismo acabe convirtiéndose en barroco. La obra está alentada por el menosprecio de la Corte y el desprecio a los poetas vulgares que habían invadido la vida cortesana, llegando a ser una obra sin precedentes en la tradición grecolatina.

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  5. La investigadora Giulia Poggi ha explicado la dificultades de la obra por la combinación de cuatro tipos de imágenes: de índole mitológica, las propias de la astrología, de la geografía real e imaginada de su tiempo y las de índole emblemática, tan usadas por los cultos en su tiempo, que bajo una sintaxis contructiva acorde dan como resultado una nueva realidad.

    Por su parte, el gongorista Joaquín Roses informa que la cultura visual de la época influye en Góngora poniendo los mecanismos metafóricos al servicio de lo descriptivo. Siguiendo a R. Jammes, detecta que la técnica descriptiva es vertical, causal o diacrónica, no horizontal, y por ello compleja. Se trata del aglomerado de varios grupos de predicados que se construyen con varias imágenes de referencia, operando en dos sentidos: a) Mostrando la memoria de los objetos, y b) Impulsando hacia el olvido o la nada. Así en la Soledad primera, la "tabla" es "parte del barco", a su vez "pino" originario; "la cecina" es "macho cabrío", presente en el recuerdo por sus "artes amatorias". Esta técnica está presente en los pasajes más optimistas, mostrando la confianza en la materialidad de la existencia. No son frecuentes en la Segunda Soledad porque aquí predomina la idea del conflicto, apreciado ya por Crystal Chemris, de ahí que abunde más la técnica del segundo tipo: del objeto a la nada.

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  6. Las Soledades (1613) es la obra central y la más compleja de Góngora. Se compone de cuatro grandes poemas que finalmente quedaron en dos. Eligió la silva como forma métrica, lo que le permitirá crear versos complejos. De lectura difícil desde un punto de vista sintáctico, resulta recargada. El comentarista Pedro Díaz de Ribas avanza los títulos de las partes de poema: Soledad primera o Soledad de los campos, Soledad segunda o Soledad de las riberas, Soledad tercera o Soledad de las selvas y Soledad cuarta o Soledad del yermo. Martín de Angulo y Pulgar, siguiendo ideas de Díaz de Ribas, indicó que las partes habían de ser cuatro en semejanza a las cuatro edades del hombre: la adolescencia, la juventud, la madurez y la vejez, en la figura de un peregrino. Góngora utiliza la figura del peregrino en amores, que es un personaje de los cancioneros y de la novela sentimental, para reflejar un itinerario campestre y marítimo. El tema de la alabanza de la vida rural frente a la vida urbana intenta dar unidad al poema. El peregrino observa la vida rural desde la perspectiva aristocrática y se propone encontrar en el campo los valores desaparecidos en la sociedad urbana.

    La primera Soledad fue corregida por las observaciones de Pedro de Valencia y consta de 1091 versos. Narra cómo un joven llega náufrago a las costas, donde es acogido por unos cabreros. Al día siguiente, se encuentra con un grupo de serranos que van a una boda, al frente del cual va un viejo que ha perdido a su hijo en el mar, que le pide que lo acompañe y asista a las bodas. Los novios, acompañados por el séquito, van a la iglesia y al banquete de bodas y al anochecer, el séquito acompaña a los ya esposos a su retiro.

    En la Soledad segunda, encontramos al joven peregrino a orillas de una ría acompañado de gentes de mar. Se embarca con dos pescadores, con ellos se dirige a una isla. Es recibido por el padre y las hermanas de los pescadores. Todos juntos recorren la isla.

    En la dedicatoria del poema (38 versos), el peregrino errante pide al Duque de Béjar que interrumpa el ejercicio de la caza para escuchar sus versos. Después vendría el fragmento que hemos transcrito. En él nos sitúa en la primera estación del año. En este tiempo un joven, náufrago en medio del mar, y desdeñado por su amada, se queja dulcemente de ese mal de amor. El Océano, que oye su lamento, se apiada de él y hace que se calme el viento y le salvó la vida.

    Una pequeña tabla de pino de la naufragada embarcación sirvió como “ delfín” al peregrino para salvar la vida; y habiendo sido primero tragado por el mar y luego devuelto por las olas, fue a parar a la orilla de una playa llena de rocas donde habitaban las águilas.

    Textos y actividades

    En este poema lírico se suceden escenas de bodas rurales, de cabreros y aldeanos, de cazadores y pastores, de bailes campesinos, que transcurren ante la atenta mirada del peregrino de amor, el cual, desdeñado por su dama, cuenta sus desdichas. Es un canto al amor pasión de los pescadores por sus damas, a las fuerzas naturales, a las plantas y las flores, donde hace toda una apología de la vida sencilla de los campesinos, como ya había tratado Fray Luis de León. La difícil lectura de las Soledades puede ser tamizada si se conocen los entresijos de la arquitectura poética de Góngora, apareciendo entonces la claridad del texto gongorino.

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  7. Muchas gracias por los comentarios, Anónimo, son muy aclaratorios.

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