Egur ezearen kea
goink du kolore:
egunaren atariruntz
zauri bat, gordiña,
odol-bearean uŕe.
Sakoneko lañoz gora
tontoŕak eluŕez:
itsasoa iduri,
ametsezko ontziez.
Bide-ertzean ez maŕubi
ez belar gizenik.
Otolorea, bakanka,
goiztxo kaŕaxika,
Udabeŕiari deika.
Or pago bat, lerden-aski,
igazko apaingaŕiak
(gaur orbel goŕiak)
oso yaregin nai-ezik,
nola baituten oi
nezkazar ezin-etsiak.
Ostobakandu-sasian
kabi bat, uts uŕatua...
Aŕu-bêtik eŕekak ots,
euriteak bulartua...
Basora naiz. An-or,
goldiozko ogean,
yoan-elurte gaitzaren
ondaŕak nabari;
kabidun usoak, ala
emazte zûŕaren
zapiak iduri.
Aritzak eundaka
aier zazkio goiari,
argo-lênenkia
egaŕi baitute,
arako uŕezko zauria
izanik ituŕi.
Oŕengatik daude
luze-luze egiñik,
artean oñak ilunik
azken-arbazta-begiez
udabeŕirako
ornitzen biziez.
O, zein aizen eder loa:
eriotzaren anaitzakoa:
bizitzazko urloa!...
Mediado Febrero
Tiene el cielo color de humo de leña verde, y, hacia el atrio del día, tiene una herida fresca con oro en vez de sangre. Cumbres nevadas sobre la niebla del profundo: como si fuera un mar, y en él naves de ensueño.
No hay fresas en la orilla del camino, ni hay hierba jugosa. Hay una que otra flor de árgoma estridente que, por anticipado, llama a la primavera. Hay un haya gallarda, que no suelta del todo sus galas, las de antaño, hojas resecas hoy; como las solteronas duras de resignar. En el zarzal sin hojas, roto, vacio, un nido. En la barranca honda un torrente resuena, que hinchó el largo llover.
Llego al bosque. Esparcidos sobre el musgoso lecho, restos de la reciente gran nevada semejan palomas anidadas o ropas a secar de hacendosa mujer. Cientos de robles tienden al cielo su deseo sedientos, anhelando las primicias de la luz cuya fuente es aquella herida hecha de oro. Por eso se los ve tan tendidos y largos, que, a favor de las yemas de sus ramillas últimas, y aún en sombra los pies, para la primavera van absorbiendo vida.
¡Qué hermoso eres, oh sueño! ¡Qué hermoso, pretendido hermano de la muerte: tú, remanso de vida!...
Tiene el cielo color de humo de leña verde, y, hacia el atrio del día, tiene una herida fresca con oro en vez de sangre. Cumbres nevadas sobre la niebla del profundo: como si fuera un mar, y en él naves de ensueño.
No hay fresas en la orilla del camino, ni hay hierba jugosa. Hay una que otra flor de árgoma estridente que, por anticipado, llama a la primavera. Hay un haya gallarda, que no suelta del todo sus galas, las de antaño, hojas resecas hoy; como las solteronas duras de resignar. En el zarzal sin hojas, roto, vacio, un nido. En la barranca honda un torrente resuena, que hinchó el largo llover.
Llego al bosque. Esparcidos sobre el musgoso lecho, restos de la reciente gran nevada semejan palomas anidadas o ropas a secar de hacendosa mujer. Cientos de robles tienden al cielo su deseo sedientos, anhelando las primicias de la luz cuya fuente es aquella herida hecha de oro. Por eso se los ve tan tendidos y largos, que, a favor de las yemas de sus ramillas últimas, y aún en sombra los pies, para la primavera van absorbiendo vida.
¡Qué hermoso eres, oh sueño! ¡Qué hermoso, pretendido hermano de la muerte: tú, remanso de vida!...
Versión de Xabier de Lizardi
Un gran poeta Lizardi, rico en recursos estilísticos. Le perdonamos lo de "las solteronas" porque eran otros tiempos.
ResponderEliminarSí, se lo perdonaremos.
ResponderEliminarHay buenos poetas vascos que en resto de España no son muy conocidos. Sí lo son poetas como Blas de Otero, Gabriel Celaya... (están en el blog) pero no poetas en euskera. Pondremos más.
Bien recibidos serán.
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