miércoles, 22 de noviembre de 2017

Novela de aventuras/ 5 - Literatura fantástica/ 7 - Literatura satírica y burlesca/ 48 - Fragmento de Viajes de Gulliver - Jonathan Swift - Irlanda


Primera Parte
Un viaje a Liliput

CAPÍTULO 6

    Aunque es mi intención dedicar todo un tratado a la descripción de este Imperio, quisiera sin embargo, entretanto, brindar al curioso lector algunas ideas generales. La estatura media de sus naturales es algo menos de seis pulgadas1 y el tamaño de los animales, árboles y plantas guarda exacta proporción con ella: por ejemplo, los caballos y bueyes más altos miden entre cuatro y cinco pulgadas de alzada; las ovejas, aproximadamente pulgada y media; los gansos son del tamaño de un gorrión, y así gradualmete hacia abajo hasta llegar a los más diminutos, casi invisibles a mi vista. Pero la naturaleza había adaptado la visión de los liliputienses para alcanzar con los ojos todos los objetos de su alrededor; así pues, son capaces de ver con gran claridad, pero no muy lejos. Y para demostrar la penetración de su vista para los objetos cercanos, debo decir que he tenido ocasión de contemplar cómo un cocinero descuartizaba una alondra más pequeña que la mosca común, y cómo una muchacha enhebraba una aguja invisible con seda invisible. Los árboles más altos tienen unos siete pies2; me refiero con esto a los del gran Parque Real, cuyas copas yo podía alcanzar con el puño. Las demás plantas son por el estilo pero dejo al arbitrio del lector el imaginarlas.

    Por el momento poco he de decir de su civilización, que ha florecido en todas las ramas a lo largo de muchos siglos: la escritura es muy particular; no escriben de izquierda a derecha como los europeos, ni de derecha a izquierda como los árabes, ni de arriba abajo como los chinos, ni de abajo arriba, como los cascagios3, sino oblicuamente, de una esquina de la hoja a la opuesta, como las damas inglesas.

   A los muertos los entierran cabeza abajo, pues tienen la creencia de que pasadas once mil lunas han de resucitar y, para entonces, la Tierra, que ellos tienen por plana, se volverá del revés y así ellos, al resucitar, se encontrarán ya dispuestos y en pie. Los sabios del país reconocen lo absurdo de tal creencia, pero la práctica continúa cumpliendo la voluntad del vulgo.

    Algunas de las leyes y costumbres de este Imperio son muy peregrinas y si no fueran tan patentemente contrarias a las de mi querida patria me sentiría tentado a decir algo en su defensa. Sería sólo de desear que se cumplieran también. La primera que voy a mencionar se refiere a los delatores. Todo delito contra el Estado se castiga aquí con la máxima severidad, pero si la persona acusada puede probar claramente su inocencia en el juicio, el acusador sufre inmediatamente una muerte ignominiosa, y a costa de su fortuna y tierras se compensa al inocente por la pérdida de tiempo, el peligro sufrido, las penalidades de la cárcel y los gastos incurridos en propia defensa. Si dichos bienes no bastaran, la Corona se encarga de suplirlos con largueza. El Emperador, además, le otorga alguna muestra pública de su favor y se proclama la inocencia del reo por toda la ciudad.

    Consideran el fraude como delito más grande que el robo y quien lo comete rara vez se libra de la pena de muerte, pues arguyen que el cuidado y la cuatela, unidos al sentido común, bien pueden librar del ladrón los bienes de una persona, pero que la honradez no tiene defensa contra una astucia superior y, puesto que tiene que existir un movimiento constante de compras y ventas, así como de tratos basados en el crédito, allí donde se permite o se consiente el fraude -o no existe ley para castigarlo- el comerciante honrado lleva siempre las de perder y todas las ventajas son para el bribón. Recuerdo cómo una vez, cuando yo intercedía ante el Rey a favor de un delincuente que había malversado una gran suma confiada a él por su señor, huyendo con ella, le dije a Su Majestad, a manera de disculpa, que sólo se trataba de un mero abuso de confianza; pero al Emperador le pareció monstruoso que yo ofreciera como atenuante lo que era la mayor agravente del delito. Y la verdad es que poco me quedó por replicar aparte de la consabida respuesta de que cada nación tiene sus costumbres, pues, a decir verdad, me sentía profundamente avergonzado. [...]
Traducción de Emilio Lorenzo
1 Una pulgada: aproximadamente dos centímetros y medio. (N. de J. N.) 
2 Un pie: aproximadamente treinta centímetros y medio. (N. de J. N.) 
3 L. A. Landa sospecha que el término es invención de Swift. (N. del T.)

2 comentarios:

  1. No queda otra que enfatizar lo obvio. Ácido imaginero, Swift no escribió para niños ni para estimularles la imaginación sino para cuestionar nuestra condición (humana?) y la mismísima realidad.

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  2. Exacto, no es en absoluto literatura infantil, sino sátira feroz contra la sociedad de su tiempo y contra el ser humano en general, aunque a veces se haya querido vender como literatura para niños, porque naturalmente también es una gran novela de aventuras.

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