sábado, 9 de enero de 2016

Fragmentos de El arte de platicar - Michel de Montaigne - Francia


[...] Opino que el más natural y fructuoso ejercicio de nuestro espíritu es la plática. El uso de ella paréceme más dulce que ninguna otra acción de la vida, al punto de que, puesto a elegir, creo que perdería mejor la vista que el oído o la lengua. Los atenienses y los romanos tenían esa práctica en gran honor en sus academias [...] El estudio de los libros es cosa sagrada y que no caldea el ánimo, mientras que la plática enseña y ejercita a la vez. Si conferencio con un ánimo fuerte y hábil, su capacidad me hostiga a diestra y siniestra, sus ideas excitan las mías, la emulación de su gloria me espolea y me alza por encima de mí mismo. No importa que haya controversia, por el contrario, el acuerdo entero es pernicioso en la discusión.

Pero así como nuestra alma se fortalece departiendo con otras vigorosas y ordenadas, también se pierde y bastardea en el continuo trato que tenemos con los espíritus bajos y mezquinos. No hay contagio que se expanda tanto como éste, según por experiencia sé. [...]

Mala cualidad es la tontería, mas, como a mí me ocurre, no poder soportarla e irritarme contra ella, es cosa no menos nociva en materia de importunidad. Y de esta cualidad negativa quiero acusarme ahora. Inicio pláticas y discusiones con gran facilidad y libertad, porque ninguna opinión es fácil que penetre y arraigue en mi ánimo. Ninguna proposición me sorprende, ninguna creencia me lesiona, por contraria que fuese a la mía, y no hay fantasía, por extravagante que sea, que no juzgue yo adecuada al espíritu humano. Los que privamos a nuestro ánimo del derecho de aceptar cosas definitivas, miramos con benignidad las opiniones diversas, y les prestamos fácilmente, si no ayuda, oído. [...] Todas las fantasías que existen entre nosotros merecen por igual que se las escuche. Las opiniones vulgares, por su inanidad, no pesan nada en absoluto, pero quien no quiere dejarse llevar a ellas cae en otro vicio, que es el de la obstinación. [...]

[...] Me gusta que los hombres sean serios y se expresen con valentía, que las palabras se acomoden al pensamiento. [...] La causa de la verdad debiera ser común a cuantos debaten algo. Pero aquel a quien el enojo le ofusca el juicio, se perturba el entendimiento ya antes de entrar en raciocinios. [...]

[...] Mi mente se contradice y condena tan a menudo, que no me importa verme por otro contradicho y condenado, sobre todo en razón en que no doy a su reprensión más autoridad que la que quiero. Pero, en cambio, rompo lanzas con quien asuma aires doctorales [...] Cuando me doblego a la fuerza de la razón de mi adversario, me congratula más la victoria que gano sobre mí mismo que la que a expensas de su debilidad hubiese podido obtener. Admito todo argumento concreto, por débil que sea, pero me impacientan los que no presentan forma. La materia me interesa poco; las diversas opiniones me son indiferentes y la victoria a propósito del tema apenas me afecta en nada. Sería capaz de mantener un día entero de polémica si ésta se mantuviese con orden, porque esto, más que fuerza y sagacidad, es lo que pido. [...] Siempre me responderá bien el que responda a lo que le digo; pero cuando la discusión es desarreglada y confusa, yo, abandonando el fondo, me atengo a la forma con indiscreción y me entrego a un modo de debatir tan obstinado, maligno e imperioso, que más tarde me avergüenza. Me es imposible tratar de buena fe con un tonto, porque en tal caso no sólo se corrompe mi juicio, sino mi conciencia. [...]
Traducción de Juan G. de Luaces
De Essais, 1580-1588

6 comentarios:

  1. "No importa que haya controversia, por el contrario, el acuerdo entero es pernicioso en la discusión..." Qué mente libre la de Montaigne.

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  2. Ya podían tomar nota políticos, periodistas y tertulianos, en realidad a todos nos viene bien.
    Otra mente excepcional.

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  3. Me ha hecho recordar la Máxima Mínima de Jardiel Poncela: Cuando los inteligentes dan traspiés en la vida ello obedece casi siempre a que, equivocadamente, han supuesto en los demás su misma cantidad de inteligencia.

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  4. Se ve continuamente, por cualquier sitio, que no sabemos escuchar. Que en los debates no se escuchan (hay excepciones) que cuando les hablan están más preocupados e interesados en lo que van a contestarle al contertulio que en lo que están contando.

    Más "Pero aquel a quien el enojo le ofusca el juicio, se perturba el entendimiento ya antes de entrar en raciocinios."

    El enojo que viene, casi siempre, de la soberbia o del sectarismo.

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  5. Mente libre donde las haya la de Montaigne. Sus Essais (¡escritos en el siglo XVI, faltaban más de cien años para el Siglo de las Luces!) son impresionantes, y es un placer leerlos. Seguro que pondré algún otro estracto de alguno de sus ensayos.

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  6. Yo creo que, efectivamente, a todos nos vendría bien tomar nota y aprender a escuchar.

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