se difunde la noche, agua sombría
que moja lo mojado de las nubes murales.
Yo con pasos ausentes recorro la penumbra,
bajo el ala del Tiempo que sobre mí extendida
ingrávida y pausada se desplaza.
Vientos turbios y equívocos disponen
todo el húmedo clima donde arraiga,
ofrecida a la lluvia su fresca carne pura,
como un fruto partido, el peso del destino.
(Este soplo me llega desde oscuras distancias,
cruzó mares que he visto,
arrastra los perfumes de tierras que he pisado,
llenó claras llanuras o bosques sofocantes
donde yo enmudecía y sangraba de amor.
Y en la mitad de este aterido viento,
donde errabundas gotas viajan ciegamente,
siento soplar de pronto un viento diferente,
abierto y luminoso.)
Oh viento tibio y firme, viento bueno
que plasmaba de pronto en aguda presencia
el campo de mi infancia donde una abeja zumba.
Los árboles se instalan noblemente,
los caminos recorren inamovibles huellas,
los sitios tienen nombres persuasivos
que los hacen carnales como el hueso a la fruta.
Y la luz brota desde todas partes,
luz increada y siempre fiel, que inunda
la llanura sin muros donde un niño,
de estatura menor que las yerbas del mundo,
todo él suspendido de dos intensos ojos
que inmóviles lo clavan
a la inasible rotación del día,
se ve sobrepasado por su propio silencio,
que ya secretamente se entiende con la vida.
(Y otra vez desemboco en la áspera tierra
del llovido presente
que palmo a palmo con mis plantas palpo,
andando entre desnudas ondas donde anida
esta memoria que en murmurios muere,
tropezando en la sombra a cada instante
con su imperio cambiante.)
Y este múltiple viento informulable,
como el mudo lenguaje de un destino,
recorre con su soplo las horas de mi vida.
Y dice que su afán secreto fue tan solo
entender aquel puro silencio con que un día
yo descifraba el Tiempo.
Tomás Segovia emprendió con sus padres el camino del exilio en 1939, primero a Casablanca, luego a París, y por último a México. Regresó a España en 1985, instalándose durante un tiempo en Madrid. Poco después, impulsado por su amigo el pintor y escritor murciano Ramón Gaya, se instala en Blanca, en la huerta murciana. Al cabo de unos años regresa a Madrid, donde es recordado como uno de los habituales del Café Comercial (Glorieta de Bilbao). Murió en México hace unos días. Descanse.
Ensayista, traductor y poeta, decía cosas como éstas:
· Siempre he estado al margen de los centros de decisión y de los hechos notorios, nunca me he codeado con las grandes figuras y me es imposible imaginar que mi testimonio tenga algún valor objetivo.
· Hay que estar dispuesto a rendirse a todo lo que valga la pena, a todo lo que se nos imponga como innegablemente verdadero. (Refiriéndose a las inmensas posibilidades de Internet)
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Tomás Segovia dejó entregado a sus editores españoles de Pre-Textos un nuevo libro de poemas. Será testamento póstumo. Un conjunto que se suma a la que ya es, desde hace años, una de las poéticas más singulares, abiertas y ricas del paisaje de las letras, confeccionada desde el margen luminoso de la soledad, de la inspiración, de la disidencia. ANTONIO LUCAS
Hay más poemas de Tomás Segovia en este blog.
No lo conocía, gracias
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