Bienaventurado el hombre que no sigue las consignas del Partido
ni asiste a sus mítines
ni se sienta en la mesa con los gángsters
ni con los Generales en el Consejo de Guerra
Bienaventurado el hombre que no espía a su hermano
ni delata a su compañero de colegio
Bienaventurado el hombre que no lee los anuncios comerciales
ni escucha sus radios
ni cree en sus slogans
Será como un árbol plantado junto a una fuente.
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ARTÍCULO DEL POETA CUBANO ELISEO ALBERTO EN SOLIDARIDAD CON EL POETA ERNESTO CARDENAL.
Jueves, septiembre 04, 2008
Los dictadores de tiempo completo son (afortunadamente) unos seres torpes, caprichosos y tan presumidos que creen merecerlo todo, sin distingo entre la admiración y la desvergüenza. Vienen a este mundo a cumplir una tarea "histórica" y nadie podrá impedirles que la ejecuten hasta sus últimas consecuencias –aun a riesgo de volverse caricaturas de sí mismos. Incluso, están dispuestos a olvidar que en sus juventudes fueron justos, valientes, y que no temblaron de miedo cuando decidieron enfrentarse al tirano anterior, jugándose la vida en cada emboscada a la muerte. En la vanguardia de sus generaciones, se van alejando de la realidad paso a paso, hasta quedar a mucha distancia de la tropa, en una soledad espantosa: acaban refugiados en alguna mansión de los burgueses derrotados, con la moral hecha trizas, al mando de una escuadra de súbditos incondicionales. Al asumir el mando, pierden la cabeza. Es el mareo de la gloria, el vértigo de una soberana sinrazón. Algunos, los peores, violan a sus hijastras.
Malaconsejados por asesores sumisos, los nuevos mandones suponen que cuentan con el aval de la Patria y el apoyo incondicional de sus pueblos. Hacen y deshacen, por antojo. Nada ni nadie los detiene. Para los déspotas, lo peligroso de ejercitar el poder sin contrapesos no es que acaben sordos, ciegos o delirantes: ese sería un final casi lógico. El riesgo radica en la latente posibilidad de hacer el ridículo en público. Entonces, encuentran lugar de honor en la Historia Universal de la Sandez Humana. Repito: por fortuna son obtusos, cambiantes y tan creídos que meten la pata con tranquilizadora frecuencia –si no, nos iría muchísimo peor. Un déspota hábil, sereno y sensato acabaría siendo un demonio temible. Pienso en el comandante Daniel Ortega, presidente constitucional de Nicaragua, quien en un momento de debilidad mental extrema arregló las piezas del ajedrez político para conseguir que un notario de su corte reabriera un juicio contra Ernesto Cardenal y condenara al poeta a pagar una fachosa multa de mil veinticinco dólares. Si no, prisión domiciliaria.
¿Por qué? Por un supuesto delito de injurias y calumnias contra el ciudadano alemán Inmanuel Zerger y su voluntariosa esposa, a propósito de un viejo litigio de propiedad relacionado con un hotel de tres estrellas en el hermoso archipiélago de Solentiname. Cardenal lo ve así: la sentencia "es simplemente una venganza de Daniel Ortega por la acogida que tuve en Paraguay durante la toma de posesión del presidente (Fernando) Lugo, mientras a él se le impidió llegar. Si me quieren echar preso –y en este sistema que hay ahora en Nicaragua todo es posible– estoy listo para ir a la cárcel". Ante la rebeldía del escritor, el juez David Rojas, el elegido por Ortega, en declaraciones a un diario local negó cualquier cariz político en el ajuste de cuentas y le instó a cumplir el fallo o amenazó con tomar medidas precautelares en su contra: "Yo lo único que puedo decir es que le hago un llamado al poeta Cardenal que por favor, así como nos ha regalado lindos versos, que también sea un ciudadano modelo y cumpla con nuestras leyes", dijo el magistrado. Dos días después, renunció a seguir a cargo del pleito.
"De este sistema judicial no podés esperar otras cosas, sobre todo cuando responde a intereses políticos de Daniel Ortega", dijo el novelista Sergio Ramírez Mercado, ex vicepresidente de Nicaragua. "Se trata de una manifiesta manipulación de los tribunales, lo cual debe ser causa de aflicción para el país, porque se trata de una acción temeraria en contra de una figura que tiene una relevancia mundial". A renglón seguido, Sergio Ramírez leyó una carta suscrita por cerca de sesenta escritores hispanoamericanos, en la que se solidarizan con Cardenal. "Toda mi solidaridad para Ernesto Cardenal, gran poeta, espléndida persona, hermano mío del alma, contra esta infame condena de un juez infame al servicio de un infame Gobierno", dijo el uruguayo Eduardo Galeano, autor de Las venas abiertas de América Latina.
El Premio Nobel de Literatura José Saramago hizo público su rechazo: "Ernesto Cardenal, uno de los más extraordinarios hombres que el sol calienta, ha sido víctima de la mala conciencia de un Daniel Ortega indigno de su propio pasado (…). Una vez más, una revolución ha sido traicionada desde dentro".
Al firmar la carta, yo recordaba estos versos de Cardenal, escritos desde una cárcel de Somoza: (arriba)
¿No habrá nadie que se los lea al comandante Ortega en su palacio?
Malaconsejados por asesores sumisos, los nuevos mandones suponen que cuentan con el aval de la Patria y el apoyo incondicional de sus pueblos. Hacen y deshacen, por antojo. Nada ni nadie los detiene. Para los déspotas, lo peligroso de ejercitar el poder sin contrapesos no es que acaben sordos, ciegos o delirantes: ese sería un final casi lógico. El riesgo radica en la latente posibilidad de hacer el ridículo en público. Entonces, encuentran lugar de honor en la Historia Universal de la Sandez Humana. Repito: por fortuna son obtusos, cambiantes y tan creídos que meten la pata con tranquilizadora frecuencia –si no, nos iría muchísimo peor. Un déspota hábil, sereno y sensato acabaría siendo un demonio temible. Pienso en el comandante Daniel Ortega, presidente constitucional de Nicaragua, quien en un momento de debilidad mental extrema arregló las piezas del ajedrez político para conseguir que un notario de su corte reabriera un juicio contra Ernesto Cardenal y condenara al poeta a pagar una fachosa multa de mil veinticinco dólares. Si no, prisión domiciliaria.
¿Por qué? Por un supuesto delito de injurias y calumnias contra el ciudadano alemán Inmanuel Zerger y su voluntariosa esposa, a propósito de un viejo litigio de propiedad relacionado con un hotel de tres estrellas en el hermoso archipiélago de Solentiname. Cardenal lo ve así: la sentencia "es simplemente una venganza de Daniel Ortega por la acogida que tuve en Paraguay durante la toma de posesión del presidente (Fernando) Lugo, mientras a él se le impidió llegar. Si me quieren echar preso –y en este sistema que hay ahora en Nicaragua todo es posible– estoy listo para ir a la cárcel". Ante la rebeldía del escritor, el juez David Rojas, el elegido por Ortega, en declaraciones a un diario local negó cualquier cariz político en el ajuste de cuentas y le instó a cumplir el fallo o amenazó con tomar medidas precautelares en su contra: "Yo lo único que puedo decir es que le hago un llamado al poeta Cardenal que por favor, así como nos ha regalado lindos versos, que también sea un ciudadano modelo y cumpla con nuestras leyes", dijo el magistrado. Dos días después, renunció a seguir a cargo del pleito.
"De este sistema judicial no podés esperar otras cosas, sobre todo cuando responde a intereses políticos de Daniel Ortega", dijo el novelista Sergio Ramírez Mercado, ex vicepresidente de Nicaragua. "Se trata de una manifiesta manipulación de los tribunales, lo cual debe ser causa de aflicción para el país, porque se trata de una acción temeraria en contra de una figura que tiene una relevancia mundial". A renglón seguido, Sergio Ramírez leyó una carta suscrita por cerca de sesenta escritores hispanoamericanos, en la que se solidarizan con Cardenal. "Toda mi solidaridad para Ernesto Cardenal, gran poeta, espléndida persona, hermano mío del alma, contra esta infame condena de un juez infame al servicio de un infame Gobierno", dijo el uruguayo Eduardo Galeano, autor de Las venas abiertas de América Latina.
El Premio Nobel de Literatura José Saramago hizo público su rechazo: "Ernesto Cardenal, uno de los más extraordinarios hombres que el sol calienta, ha sido víctima de la mala conciencia de un Daniel Ortega indigno de su propio pasado (…). Una vez más, una revolución ha sido traicionada desde dentro".
Al firmar la carta, yo recordaba estos versos de Cardenal, escritos desde una cárcel de Somoza: (arriba)
¿No habrá nadie que se los lea al comandante Ortega en su palacio?
El poeta, escritor y periodista cubano Eliseo Alberto -hijo del también poeta Eliseo Diego- acaba de fallecer en Ciudad de México a los 59 años. Descanse.
Más claro,... el agua.
ResponderEliminarY no solo en Nicaragua.
También en el Vaticano
ResponderEliminarNo sé si Cardenal dijo estas verdades como puños, antes o después de su paso por el Ministerio del Comandante Ortega.
ResponderEliminarMe temo que fue antes, porque lo escribió en la cárcel durante la dictadura de Somoza, aunque también podría haberlo escrito después (ahora mismo) durante el gobierno de su examigo Ortega.
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