Hable de mí como quiera el común de los mortales, pues no ignoro lo mal que se habla de la Estulticia, incluso entre los más estultos, pero yo soy la única, sí, la única -digo- que, cuando quiero, lleno de regocijo a dioses y a hombres. [...]
[...] Me gustaría hacer un poco el papel de sofista ante vosotros... La ocupación de estos consistía en celebrar de modo encomiástico las alabanzas de los dioses y de los héroes. De modo que vais a escuchar un encomio; pero no el de Hércules o de Solón, sino el de mí misma, es decir de la Necedad.
La verdad es que yo no considero sabios a ésos que van diciendo que es muy estúpido e insolente el que canta sus propias alabanzas. Será todo lo estúpido que ellos quieran, pero habrán de reconocer que está muy puesto en su lugar. Pues, ¿qué hay más adecuado para la Necedad que el hecho de que ella en persona sea la pregonera de sus propias alabanzas y se ensalce a sí misma? ¿Quién me podría describir mejor que yo en persona? A no ser que resultara que alguien me conoce mejor que yo misma. Por otra parte, yo creo que obrar así sería un poco más modesto que aquello que por lo general hace el común de los hombres distinguidos y sabios, los cuales, por un pudor mal entendido, suelen sobornar a cualquier retórico adulador o a un poeta gárrulo, para que estos, inspirados por la recompensa que reciben, les dejen oir composiciones laudatorias dedicadas a ellos, es decir, puros y simples embustes. Entretanto nuestro pudoroso personaje despliega la cola al modo de un pavo, alza la cresta, mientras el descarado adulador por poco equipara a nuestro hombre con los dioses, presentándolo como perfecto ejemplo de todas las virtudes, cosa de la que el otro sabe que está tan lejos de su alcance como los astros de la tierra; mientras, el adulador sigue con su tarea de revestir a la corneja con plumas ajenas, de blanquear al etíope y de convertir a la mosca en elefante. Yo, en fin, sigo aquella manida conseja popular en la que se dice que es normal que se ensalce a sí mismo aquél a quien no le sale nadie más que lo alabe. [...]
[...] En definitiva, yo soy, como veis, aquella dispensadora de bienes, a quien los latinos llaman Stultitia y los griegos Moría.
Séquito de la Estulticia
Desde luego, ésa que podéis observar con las cejas enarcadas es Amor Propio. Ésta que veis con ojos que parecen sonreír y con manos dedicadas al aplauso, tiene por nombre Adulación. Ésta, ensoñada y parecida a un durmiente, se llama Olvido. Ésta, que se apoya en sus dos codos y tiene las manos cruzadas, se llama Pereza. Ésta, coronada con una guirnalda de rosas y llena de ungüentos por todas partes, es la Voluptuosidad. Ésta, de ojos huidizos y que dirigen su mirada extraviada de un lugar a otro, es Demencia. Ésta, la de límpido cutis y de cuerpo bien cuidado, tiene el nombre de Molicie. Podéis contemplar también a dos dioses, mezclados con las ninfas; a uno de ellos, lo llaman Festín y, al otro, Sueño Dormilón² Gracias a la fiel ayuda de este grupo de servidores -os lo puedo decir-, tengo sujeto a mi poder todo cuanto existe e incluso ejerzo mi imperio sobre los propios emperadores.
[...] Hace tiempo que tengo deseos de tocar un poco el tema de los reyes y de los personajes cortesanos, que me veneran sin fingimientos y libremente, como corresponde a hombres libres. Si éstos tuvieran por lo menos media onza de buen juicio, ¿qué habría más triste que su vida, ni tan detestable? [...] El que tome el timón del Estado, conviene que administre los públicos asuntos, no los suyos privados, y que no piense en nada que no sea para la utilidad general; que de las leyes, de las que él es autor y ejecutor, no se aparte ni el ancho de un dedo. [...] Estas reflexiones, digo yo, y otras muchas del mismo género, si se las planteara el gobernante -y se las plantearía, si tuviese buen juicio-, no podría ni conciliar el sueño, ni comer a gusto, según me parece. Pero actualmente, gracias a mi obsequiosidad, dejan todas estas preocupaciones en manos de los dioses; se dan buena vida y no consienten en oír a nadie que no haya aprendido a decir cosas agradables, no sea que se suscite en su ánimo alguna inquietud. [...]
[...]Veo que estáis esperando un epílogo, pero andáis muy errados si realmente pensáis que aún ahora me acuerdo de lo que dicho, luego de soltar tanto fárrago de palabras. Hay aquel antiguo adagio: "detesto al comensal que tiene buena memoria". Yo os diré otro nuevo: "detesto al oyente que tiene buena memoria" Así es que vosotros pasadlo bien, aplaudid, vivid, bebed, ¡oh, renombrados adeptos de la Estolidez! Fin
¹ El libro de Erasmo se ha traducido habitualmente al castellano como Elogio de la Locura, aunque sería más adecuado Elogio de la Necedad o Elogio de la Estulticia, ya que "Locura" es en latín Insania, término que Erasmo no emplea. Sí utiliza la palabra Stultitia.
² Estos son los nombres griegos respectivos de estos nueve acompañantes de la Locura: Filautía, Kolakía, Lethe, Misoponía, Hedoné, Ánoia, Tryfé, Komos y Négretos Hypnos.
Traducción del Dr. Oliveri Nortes Valls
Dedicado a JLRZ, que dice que se quiere ir sin irse -loados sean los dioses-, y a MR, que está loco por llegar.
Me encanta la dedicatoria.
ResponderEliminarYa tenía yo ganas de dedicarles un texto a Juan Lucas Rebolledo Zarzalejos y a Marciano Romerales, hombre.
ResponderEliminarYa! Sé cómo me dices!
ResponderEliminarSi es que en el fondo no puede vivir sin ellos.
ResponderEliminarNi en el fondo, ni en la forma.
ResponderEliminar'y no consienten en oír a nadie que no haya aprendido a decir cosas agradables, no sea que se suscite en su ánimo alguna inquietud.'
ResponderEliminarQue frase más certera!
El Elogio de la Locura es una genialidad y sirve para cualquier época.
ResponderEliminarVaya con el becario!!!
ResponderEliminarErasmo, ya digo, un genio, y un espíritu libre. Si la libertad de pensamiento siempre fue complicada, en sus tiempos podía ser hasta peligrosa para la integridad física.
ResponderEliminarMerece la pena leer su biografía.